La acusación contra el escritor egipcio Ahmed Nayi al tribunal de El Cairo por «escribir y publicar un artículo sobre sexo que atenta contra la decencia» por su novela Istijdam al Hayat (Usando la vida) no se sostiene por dos razones:
La primera es que la acusación contraviene los principios constitucionales. La justicia debe combatir los excesos de la censura especialmente en el mundo árabe donde hay un gran número de escritores perseguidos.
La nueva constitución egipcia aprobada en 2014 impone límites al censor en el artículo 65 que dice: «la libertad de conciencia y de opinión están garantizadas. El ser humano tiene derecho a expresar su opinión por vía escrita, fotográfica o cualquier otro medio de expresión o edición». Por su parte el artículo 67 defiende que «la libertad de creación artística y literaria están garantizadas y es deber del Estado velar por la protección de los creadores y sus obras».
La segunda razón para desmontar la acusación contra Ahmed Nayi es que está construida por elementos absurdos. Se le va a llevar ante un tribunal para ser juzgado según el artículo 178 del código penal egipcio basándose en una demanda de un lector que sufrió al leer los extractos señalados «palpitaciones, fatiga y una bajada de tensión». Pero, ¿qué tipo de lógica es esta? ¿Vamos a tener que llevar ante la fiscalía general todos los libros o artículos que provocan un efecto en sus lectores?
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